17 de enero de 2010

El libro

Gracias a un comentario de Marcela en el anterior post, he podido disfrutar de un “maravilloso artículo”, como afirma ella en su blog (El duque de Camelot). Titulado INVENTAR EL LIBRO de Juan Villorio.

El texto propone a los lectores que imaginen un mundo lleno de tecnologías pero en el que no existen los libros…

Aquí te dejo los mejores párrafos, gracias a la Duquesa de Camelot:



¿Qué sucedería si ahí se inventara el libro? Sería visto como una superación de la computadora, no solo por el prestigio de lo nuevo, sino por los asombros que provocaría su llegada.

Los irrenunciables beneficios de la computación no se verían amenazados por el nuevo producto, pero la gente, tan veleidosa y afecta a comparar peras con manzanas, celebraría la ultramodernidad del libro.


Después de años ante las pantallas, se dispondría de un objeto que se abre al modo de una ventana o una puerta. Un aparato para entrar en él.

Por primera vez el conocimiento se asociaría con el tacto y con la ley de gravedad. El invento aportaría las inauditas sensaciones de lo que solo funciona mientras se sopesa y acaricia. La lectura se transformaría en una experiencia física. Con el papel en las manos, el lector advertiría que las palabras pesan y que pueden hacerlo de distintos modos.


La condición portátil del libro cambiaría las costumbres. Habría lectores en los autobuses y en el metro, a los que se les pasaría la parada por ir absortos en las páginas (así descubrirían que no hay medio de transporte más poderoso que un libro).


La variedad de ediciones fomentaría el coleccionismo; los pretenciosos podrían encuadernar volúmenes que no han leído y los cazadores de rarezas podrían buscar títulos esquivos y acaso inexistentes. Solo los tradicionalistas extrañarían la primitiva edad en que se leía en pantalla.


En su variante de bolsillo, el libro entraría en la ropa y sería llevado a todas partes. Esta ubicuidad fomentaría prácticas escatológicas en las que no nos detendremos. Baste decir que acompañaría a quienes necesitaran de distracción para ir al baño.


Las más curiosas consecuencias del invento tardarían algún tiempo en advertirse. Una de ellas está al margen de la ciencia y la comprobación empírica, pero sin duda existe. El libro se mueve solo. Lo dejas en el escritorio y aparece en el buró; lo colocas en la repisa de los poetas románticos y emerge en un coloquio de helenistas. Las bibliotecas no conocen el sosiego.


El hecho de que incluso los tomos pesados se desplacen sin ser vistos representaría un misterio menor, como el de los calcetines a los que se les pierde un par en el camino a la azotea, si no fuera porque los libros se mueven por una causa: buscan a sus lectores o se apartan de ellos. Hay que merecerlos. El password de un libro es el deseo de adentrarse en él.

Las pantallas son magníficas, pero les somos indiferentes. En cambio, los libros nos eligen o repudian.


Otras virtudes serían menos esotéricas. ¡Qué descanso disponer de una tecnología definitiva! El sistema operativo de un libro no debe ser actualizado. Su tipografía es constante. Eso sí: su mensaje cambia con el tiempo y se presta a nuevas interpretaciones.


Para quienes vivimos en tristes ciudades en las que se va la luz, el libro representa un motor de búsqueda que no requiere de pilas ni electricidad.

Qué alegrías aportaría el inesperado invento del libro en una comunidad electrónica.

1 comentario:

Marcela Duque dijo...

¡Amaya! Me siento honrada de aparecer un blog :).
Lo que más me gusta de este artículo es cuando dice que la lectura se convertiría en una experiencia física, que se sentiría el peso de la palabra. Es como el otro vídeo que publicaste en el que las páginas del libro iban adoptando formas distintas. ¡Es genial!

Ah, otra cosa. Mientras sepas admirarte ante un anuncio, ante un libro, ante lo que sea, tienes algo de filósofa seguro. (A propósito... Ya me terminé de leer Pequeño Eliot. Creo que así hay que ver la realidad: con ojos de niño)