22 de enero de 2009

ilustraciones Marc Boutavant


Estas son algunas de las ilustraciones de Marc Boutavant, algunas de ellas son tan originales que se han utilizado para anuncios de revistas.

16 de enero de 2009

Pinturas de colores


Como cada viernes salió de casa de buen humor, después de trabajar, al terminar la jornada, se dirigió a la Calle Mayor, donde se encontraba su tienda preferida. “Alfredo, ¿lo de siempre?”: preguntó el dependiente. Ese día compraría una pintura azul cian. Alfredo llevaba 40 de sus 63 años coleccionando lápices de colores. Cada viernes compraba uno más y lo añadía a una de sus muchas cajas de lata, que guardaba en la penúltima balda de la estantería a la izquierda.

Todas las noches, después de cenar, daba un beso a su mujer y se retiraba a su despacho. Ahí se limpiaba las manos con un pañuelo y se preparaba para comenzar su ritual diario, con el que conseguía que todos sus problemas se esfumaran. Alargaba los brazos y cogía las cajas de lápices que se encontraban en la penúltima balda de la estantería a la izquierda. Se sentaba en la mesa mirando el dibujo que venía impreso en la lata. Despacio con los dos pulgares a la vez, abría la tapa y contemplaba absorto sus lápices. Cogía un puñado de ellos, los olía, los acariciaba, se los restregaba por la cara, los mimaba. Luego los cogía uno a uno hasta que los juntaba en sus manos haciendo combinaciones de colores, que infinitas, le parecían cada noche diferentes. Los aprisionaba en sus puños por tonalidades, por sombras, por luces, por colores complementarios… Incansable, Alfredo volvía a meter cada pintura en su caja colocándolas en degradé de más claro a más oscuro, de más blanco a más negro. Las ponía boca arriba de forma que se viera el grabado de la marca en letras doradas. Como avaro que adora sus monedas de oro sólo quería sus lápices para contemplarlos, y volverlos a guardar en las cajas de lata. Así las colocaba en un lugar que sólo él conocía, la penúltima balda de la estantería a la izquierda. Y concluía su momento de evasión del día con el ansia que llegara el viernes para poder adquirir un lapicero más aunque fuese de un tono que ya tenía.

Alfredo no había contado a nadie su afición por poseer y poseer cada vez más colores. Pero un día sin saber porqué le enseñó su colección a su nieta de cinco años. Ella se quedó boquiabierta fijando sus pequeños y redondos ojos en los miles de colores. Él ilusionado mostró a su niña los lápices como revelándole lo que el día de mañana le dejaría como herencia. Para cualquier otra persona un legado de cajas de pinturas sería algo sin valor pero para Alfredo era su bien más preciado. “Abuelito, ¿puedo cogerlos?”: preguntó la niña. Entonces él se puso muy nervioso y guardó rápidamente los lápices sin contestarla.

Llegó otro viernes, ese día Alfredo había comprado un lápiz de color verde manzana y se dirigió a casa con la intención de volverse a encerrar en su despacho. En cuanto llegó se dirigió hacia la penúltima balda de la estantería a la izquierda. La puerta del despacho estaba entreabierta, algo extraño porque siempre la dejaba cerrada, y se extrañó. Un escalofrío le recogió el cuerpo y un sudor frío cayó por su frente. Sintió que el corazón se le aceleraba. Porque descubrió a su nieta sentada en su mesa mientras pintaba con sus lápices. “Mira abuelito, mira lo que he hecho”. Nervioso se acercó a la niña y sin decir palabra le cruzó la cara con un bofetón. Su nieta le miró perpleja comenzó a llorar y se fue corriendo en busca de su abuela. Enfurecido cerró la puerta con un portazo y tiró una de sus cajas al suelo. Los lápices se esparcieron por el suelo de la habitación, muchas de las puntas se rompieron. Sus pinturas ya no tenían sentido, no conservaban la pureza de ser inutilizadas, no tenían el encanto de los lápices sin estrenar. Se sentó enfadado miró a su alrededor y de repente fijó su mirada en el dibujo inacabado de su nieta. Una lágrima recorrió su cara. Ella le había dibujado. En el papel aparecían los dos juntos de la mano. Se quedó absorto. El esbozo tenía gran calidad, la combinación de los colores era perfecta y le sorprendió. ¿Cómo había sido capaz de pegar a su querida niña? Y entonces comprendió todo.

No tenía sentido coleccionar miles de lápices de colores si en sí mismos no poseían ningún valor. Los lapiceros servían de instrumentos para crear verdaderas obras de arte, sin ellos los trabajos artísticos no podían realizarse. Entonces se dio cuenta de todo el tiempo que había perdido a lo largo de su vida. Su nieta de tan sólo 5 años le había abierto los ojos, le había hecho caer en la cuenta de su error. Su pasión por guardar miles de pinturas sin usarlas se había convertido en una manía absurda. Así recogió los lapiceros del suelo los metió en sus cajas, está vez los colocó en orden pero no por disfrutarlo él solo sino con la intención y el cariño de compartir su pasión con otros. Cerró las cajas de lata y las ató con un cordel. Había decido desprenderse de su colección para que la niña diese el uso que merecían esos lápices.

Se dirigió a su querida nieta le pidió perdón y le dio un beso en la mejilla. La niña sonrió. Entonces no le hizo esperar y le entregó las cajas con las miles de pinturas de colores. De ese modo adelantaba el legado que quería entregarle. Alfredo pudo darse cuenta del acierto de su decisión por la cara de alegría de la niña.

14 de enero de 2009

Primer spot


Siempre que haces algo por primera vez, te ilusionas y te involucras con lo que tienes entre manos. Esta es la prueba de ello. Este es el primer spot que he hecho, era para una práctica de la Facultad.

El motivo es el 50 aniversario de la Facultad de Comunicación de la Universidad de Navarra. Nos movimos un poco y pudimos conseguir que todo un profesional locutase el spot. Seguro que reconoceis la voz, es Jesús Olmedo, voz institucional de Antena 3.Desde aquí, vuelvo a agradecerle su magnífica colaboración.